Creemos que compramos comida, pero a menudo adquirimos productos alimenticios pensando que buscamos su sabor y, en realidad, estamos comprando y comiendo aspectos que juegan con nuestras emociones. Y todo ello gracias al juego psicológico que genera el marketing de los alimentos, que al final influye en nuestro peso y mucho más.
La pirámide de Maslow: de la psicología al marketing en la alimentación
El marketing o la mercadotecnia estudia el comportamiento de mercados y consumidores para marcar estrategias en relación a un producto con el fin de atraer, captar, retener y fidelizar clientes a través de la satisfacción de sus necesidades. mPero, ¿cuáles son sus necesidades?
Esta es la pregunta que intentó resolver, en 1943, el sicólogo estadounidense Abraham Maslow. Este estableció una jerarquía de necesidades humanas, más conocida hoy día como la pirámide de Maslow, que encontró un espacio de aplicación excelente en el ámbito del marketing y publicidad. En esta pirámide, las pirámides se cubren en sentido ascendente, y en su base se contemplan las necesidades fisiológicas, que son las imprescindibles para la vida, pero el resto están ligadas nuestra relación con el entrono, físico y social, incluyendo emociones y sentimientos, para acabar con la relación que mantenemos con nosotros mismos .
Pirámide o jerarquía de necesidades de Maslow

El marketing de los alimentos: ¿seguro que compramos comida?
Si aplicamos la pirámide de Maslow a la comida, es obvio que esta debería estar en la base, cubriendo una necesidad fisiológica, la nutritiva. Pero en las sociedades occidentales, la comida es en general accesible. Es decir, la necesidad de obtener comida está cubierta. Y como tenemos comida, el valor nutritivo de la misma, el que debería representar esa necesidad fisiológica base, puede llegar a ser secundario. Sólo ciertos productos alimenticios se ligan a esta necesidad a través de la salud, pero aún así, en el concepto de salud, no sólo nos venden el valor nutritivo de su producto, sino una imagen ligada al mismo (ver aquí los mensajes contradictorios de la sociedad: la comida como producto de consumo).

Además, como industria, los productos alimenticios se diversifican. Y el valor nutritivo como un valor de venta directamente se difumina o desaparece. Así, el marketing expresado a través del empaquetado, la publicidad o la promoción, lo que hace es vendernos mundos simbólicos relacionados con las necesidades en ascenso de la pirámide, que nada tienen que ver con la nutrición. Por lo tanto, al comprar ciertos productos alimenticios, no compramos comida, sino un mundo simbólico sobre las relaciones sociales que vamos al establecer al comprar ciertos bombones o ciertos snacks, por ejemplo, o la autorealización que nos va a brindar un chocolate o un paté, etc. Y si nos paramos a pensar un momento, cuanto más se asciende en la pirámide de necesidades, menos necesario es en relaidad ese producto alimenticio para nuestro organismo. De hecho, incluso su consumo abusivo resulta perjudicial para cubrir la necesidad básica de la nutrición.
Con el marketing efectivamente también están asociadas cualidades prácticas de un producto, como el precio, el cierre del paquete, etc. Pero según Tim Pethick, experto en marketing y creador de una empresa australiana de zumos, “la razón guía, pero las emociones deciden”. En nuestras manos queda reubicar nuestras necesidades y los valores asociados a la comida, por encima de las estrategias de mercado. Y sólo ser conscientes de ello nos ayudará a hacerlo.