Una lista de alimentos válidos o no válidos, un menú prescrito, controlar cuánto se come con el peso, ¿quién no se ha planteado hacer dieta bajo alguno de estos preceptos? Y cuando hemos acudido a ella, ¿cuántas veces nos hemos dicho a nosotros mismos: “es cuestión de fuerza de voluntad”? Y sí, aplicarla para cumplir con la dieta a rajatabla funciona, se adelgaza, pero ello no representa una solución definitiva para los problemas de peso. ¿Por qué?
El proceso mental que exige la fuerza de voluntad
Si bien la voluntad es un concepto psicológico, la fuerza parte de una concepción física. Por ello podríamos decir que usar fuerza de voluntad para hacer dietas de adelgazamiento es asimilable a ejercer fuerza muscular para, por ejemplo, estirar de una cuerda. Imagina que esa cuerda está atada a un viejo árbol bien arraigado. Por mucho que tires, no arrancarás el árbol: antes te cansarás. Con entrenamiento, podrás alargar los periodos en que ejerces la fuerza, y tirarás y tirarás de la cuerda, pero en algún momento tu musculatura estará cansada y necesitará descansar, parar.
Lo mismo sucede al hacer una dieta para adelgazar. El árbol son tus hábitos alimenticios, los que hacen que tengas sobrepeso. La cuerda es la dieta que te propones seguir, y la tensas y tiras de ella con tu fuerza de voluntad, que implica cosas como estar alerta para no caer en tentaciones fuera de la dieta, tensión y vigilancia hacia ti mismo, sensación de pérdida ante ciertas platos que te gustaría comer, etc. Y esto, al final, implica cansancio psicológico en relación a la dieta, con lo cual se acaba renunciando a ella y, normalmente, se recuperan los hábitos alimenticios que se tenían antes y que generaban sobrepeso. Volvamos un momento al símil de la cuerda, e imaginemos ahora que es elástica: podemos estirar y estirar de ella, pero a la que se pierde fuerza (de voluntad) fruto del cansancio, la tensión de la cuerda nos acabará impulsando hacia el árbol, es decir, a nuestros antiguos hábitos.
El efecto rebote de las dietas
Cuando se recuperan los hábitos, se recuperan los kilos: es lo que llaman efecto yo-yo, efecto acordeón, efecto rebote… Estos efectos nos llevan a sustituir el cansancio por la frustración. Si volvemos a intentar seguir dietas para adelgazar, repetimos el proceso, y la frustración se convierte en algo cíclico, sobre lo que merodea la sensación de fracaso, con un agravante: el peligro de perder la esperanza y considerarnos incapaces de adelgazar y, en consecuencia, de cambiar.
Empeñarse en adelgazar y mantener el peso una vez se ha adelgazado sólo a base de fuerza de voluntad equivale a querer arrancar un viejo árbol, bien arraigado, estirando de una cuerda. Nuestros hábitos alimenticios resultan de una conjunción de factores que vienen desde nuestra infancia, y no se pueden arrancar de cuajo. Pero siempre se pueden modificar, de la misma forma que se podan los árboles frutales para dar forma a la copa y favorecer al fruto.
La eficacia de las dietas para adelgazar
Todo ello no implica que las dietas para adelgazar sean inútiles: sirven para perder peso, y concebidas como algo temporal, cumplen con tales expectativas. Pero se han de entender también como parte de un proceso que va más allá, ya que según el diccionario de la Real Academia Española, en sentido biológico, dieta es “Conjunto de sustancias que regularmente se ingieren como alimento”, y por lo tanto define la forma de alimentarnos a lo largo de nuestra vida. Por ello existen dietas que se proclaman a sí mismas como estilos de vida.
En todo caso, empleada la dieta para perder peso, la solución definitiva para mantener el mismo pasa por cambiar hábitos y, a menudo, no sólo alimenticios.