Ante un determinado estado de ánimo como el estrés, la ansiedad, la tristeza, etc., nuestro cerebro puede buscar la comida como alivio o recompensa. Es el hambre emocional. ¿Por qué se produce esto? ¿Cómo podemos reconocerla?
¿Cómo reconocer el hambre emocional? Diferencia entre hambre física, antojo y hambre emocional
Fisiológicamente, la sensación de hambre viene provocada por señales nerviosas y hormonales que nos da nuestro organismo para que satisfacer necesidades biológicas relacionadas con la nutrición. La sensación de hambre fisiológica no viene de golpe, sino que es gradual, no es apremiante, no está vinculada a alimentos específicos y, una vez se come al cantidad necesaria, el aparato digestivo envía señales al cerebro, señales de saciedad que este remite al resto de los órganos para que dejemos de comer.
Sin embargo, el hambre emocional opera de manera prácticamente contraria a la fisiológica. La provoca un elemento psicológico manifestado en forma de estrés, ansiedad tristeza…, que podemos identificar conscientemente o nos puede pasar inadvertido. Sin embargo, este elemento psicológico nos provoca un hambre repentina, no gradual, y además es apremiante, urgente, y focalizada mayoritariamente en una comida específica (ver aquí alimentos consuelo). Esto podría parecer una antojo pero el antojo no depende de estados de ánimo, y desde luego, una vez satisfecho, nos genera saciedad. En cambio, con el hambre emocional se pierde el control para parar, pues no basta consentirse saciado o saciada. Y después de comer, el hambre emocional genera sensaciones negativas como culpa, tristeza o vergüenza.
¿Cómo funciona el hambre emocional?
Al comer, el cerebro secreta nurotransmisores asociados al placer, como es el caso de la dopamina. Esta no sólo participa en la alimentación, sino también en el sexo o en ciertas sustancias adictivas.
Por lo tanto, el hambre emocional se vale de ello para actuar. Es decir, ante un estímulo psicológico negativo, busca una contrapartida o una recompensa que se puede secretar a través de la comida, ya que esta produce placer.
Cuando el cerebro asocia la emoción negativa a la recompensa en forma de comida, y esto se produce de forma repetida, se genera un hábito: ante ese estrés, ante esa ansiedad, nos induce a comer en busca de placer. Y el hambre emocional convertida en hábito nos lleva a comer compulsivamente.
Para cambiar este hábito hay que reconocer esta asociación y romperla. Es decir, hay de debe reconocer qué nos induce a comer para luego buscar otra rutina que nos haga sentirnos recompensados.